Rancias moralejas escupen los vertebrados que se alimentan de sueños del erótico poder.
La novedad, lo nuevo, lo consumible, a veces indigerible. Cada noche un nuevo sueño alimenta a una sociedad que se olvida de sí misma, a la vez que se come a sí misma. ¿Qué virtud antropomórfica alienta la insaciable sed de novedad y diferencia que reina en las sociedades ricas? De comerse a sí misma, con el hambre del desespero, sus dorados tiempos, sus partes inútiles de poshumanismo. Reconfigurarse, envilecerse, reconstituirse y erguirse como una nueva cosa, que oculta con el máximo refinamiento una verdad latente de los últimos occidentales milenios: pocos ordenan, muchos obedecen. Hay ya tantas mediaciones hoy en día para algo tan sencillo, que esta simple idea parece arcaica, primitiva y poco útil.
La novedad es un instrumento más, como tal resulta inocente. La novedad es el motor de nuestra economía, ya sea en sus industrias clásicas o informacionales. Lo nuevo desarrolla mercados, los complejiza, crea redes densas de intereses e intercambios, extrae recursos transformando cantidades inusitadas de naturaleza viva en artificios muertos. Lo vivo, muere, se usa y se desgasta, se hace viejo cada vez más pronto y se transforma en problema, residuo, entropía. Las fosas sociales y materiales de la sociedad contemporánea están recibiendo simultáneamente cuerpos y cosas, cosas y cuerpos.
Pero el status quo ha sido permanente. No puede debatirse la eliminación de la novedad. Progreso es novedad. Desarrollo es novedad. La tarea cientificotécnica es novedad. El arte es novedad. En cada creación o estructura social, la novedad ocupa el lugar de motor. ¿Tal vez para crear la ficción de que lo nuevo es mejor que lo viejo? Esta sociedad, la nuestra y de cada día, parece necesitar producir nuevos valores simbólicos y materiales cada vez con más prisa. ¿Representa eso su gran debilidad para dar sentido a las ficciones que hacen que obedezcamos en vez de debatir?
La novedad es a fin de cuentas un suceso material y simbólico que nos sitúa en una escala de tiempo, de superación o de sintetización. En definitiva representa un valor de mayor utilidad social para el momento en el que aparece. A veces simplemente como un mero sistema de trabajo, una línea de producción, un reloj, etc. Resulta evidente que la posibilidad de contabilizar, fraccionar y demarcar tiempos para cada proceso de trabajo, es más eficiente y útil que trabajar sin horas, minutos o prisas. ¿Pero más allá de la más próxima consecuencia, reducir los costes de producción y por ende la unidades de tiempos sociales necesarias para la producción de ese bien, esa novedad implica una transformación positiva? ¿Resulta de esto una grieta en la idea elemental que ha mantenido a esta sociedad occidental o muy por el contrario agudiza su complejidad y suma más mediaciones para ocultar lo que se vuelve evidente?
salu2
Hector
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