Recuerdos de juventud. Una muchedumbre de lombrices agolpándose en un montoncito de tierra fresca. Pescadores promiscuos y citadinos.
Buenos Aires no tiene mar. No lo tiene? Tiene un río, el Río de la Plata, que hace las veces de mar, puerto y probeta de desechos químicos. Sin embargo para algunos esas aguas tranquilas y contaminadas hacen las veces de playa en verano, y así chapuzones de esa agüita calientita y marrón, son común en tiempos veraniegos. Para otros en cambio sirven de inspiración romántica, así suelen verse en sus costas muchos coches estacionados en las cercanías de tan bellas extensiones hídricas. Vidrios empañados, mucho amor.
Más jóvenes recuerdos me traen a otro magnetismo de este mar plateado y dulce. Un puñado de niños en transición a púberes, equipados de mortíferas herramientas de corto alcance.
06:00 AM.
Se juntaban en las cercanías de este espigón, privado y envidiado, en un espigón público donde se agolpaban todos los reminiscentes pescadores. Un carrito oxidado y precario se situaba en las proximidades de este.
Lombrices!!
Necesarias y fundamentales. Alimento de los pequeños y confusos seres acuáticos.
Una característica diferenciaba a los promiscuos y felices pescadores de otros más experimentados y arrugados: unos devolvían al río su riqueza, otros, misteriosamente, llevaban a sus casas el fruto de su encuentro, contaminados bagres, aleteando los últimos residuos tóxicos.
Equipos de mate cargados de agua bien caliente, yerba como para una semana, el colectivo los dejaba apenas a un kilómetro del lugar.
El espécimen de mayor tamaño, jamás pescado, habrá medido unos 15 centímetros. El noventa y nueve por ciento de lo pescado eran bagres, marrones, tristes, de bigotes cortados. Se capturaban, se exhibían en el grupo, uno se regocijaba de su éxito y performance de avezado pescador, y se devolvía al río.
Pescar era ser hombres. La felicidad era sentir la tanza presionando el dedo índice durante 3 horas. De un momento a otro, captar un sutil tirón. Recoger un poco de tanza. Sentir el tirón más de cerca, como si estuviera en la propia mano. Entonces, pegar un sutil golpe de caña, ya que la presa era pequeña. Anzuelo fijado.
Pescar era la libertad, era respirar el océano. Dejar las cañas pasado el mediodía, observarlas desde unos pocos metros. Mateando, conversando, matando la ansiedad a truco y real envido.
Ahí éramos hombres. Luego, nos hicimos profesionales, trabajadores, etc…
Pero hombre libres, éramos en ese entonces.
Como se convertían ustedes en mujeres y hombres, cuando aún los trataban como niños?
salu2
Hector
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